Reporter’s Notebook, Spanish
Cómo Reportar la Historia “48 Horas en El Refugio” Me Ayudó a Mantener la Esperanza: Cuaderno de Reportera
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Por casi dos décadas, la periodista de investigación Julieta Martinelli ha cubierto temas de inmigración en Estados Unidos y en el extranjero. Ahora, ella escribe cómo, mientras realizaba un reportaje en una casa de hospitalidad cerca del Centro de Detención Stewart en Georgia, reflexionaba sobre cuánto había cambiado y cuánto no en su estado. Para mantener la esperanza, al toparse con patrones de represión y miedo, se ha concentrado en las personas que ayudan y en los actos de solidaridad que ha visto a lo largo del camino.
Cuaderno de Reportero
Han pasado casi veinte años desde mi primera portada como periodista, en la que cubrí temas de inmigración en Georgia. Nuestra reciente colaboración, “48 horas en El Refugio: un oasis para las familias de detenidos de ICE”, sobre una casa de hospitalidad ubicada cerca de un centro de detención de inmigrantes en el suroeste de Georgia, me transportó al pasado. Además de volver a cubrir noticias en mi estado después de mucho tiempo, me hizo darme cuenta de lo poco que parece haber mejorado la situación de las familias inmigrantes en estos 20 años.
Una preocupación creciente
En 2006 comencé mi trabajo como reportera de inmigración en el Atlanta Latino, un periódico local que publicaba noticias en español. Estaba ansiosa por unirme a una redacción que abordara con mayor profundidad los temas que observaba en mi propia comunidad.
Era un momento de ansiedad para las comunidades inmigrantes de Georgia. Mis colegas y yo escribimos sobre las redadas del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés), los controles policiales en las carreteras y las maniobras legales del estado para mantener a los estudiantes indocumentados fuera de las universidades públicas de Georgia. Y, finalmente, el mayor de los temores: la 287(g).
La 287(g) se refiere a una subsección de la Ley de Reforma de la Inmigración Ilegal y Responsabilidad del Inmigrante de 1996. En la práctica, autoriza a la policía local y estatal a actuar como agentes de facto en el control de la inmigración, otorgándoles, bajo la dirección del Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés), la autoridad para desempeñar ciertas funciones federales.
En 2007, Cobb se convirtió en el primer condado de Georgia en implementar una colaboración 287(g) con ICE. Durante los dos años siguientes, algunos de los condados más grandes del estado siguieron su ejemplo, entre ellos el de Gwinnett, donde la mayoría de mis colegas y yo vivíamos y trabajábamos.
A medida que esta colaboración entre las agencias policiales locales y las autoridades federales de inmigración se extendía por todo el estado, el impacto en las comunidades de inmigrantes fue casi inmediato.
En combinación con la legislación federal, Real ID y las nuevas políticas estatales que prohíben la emisión o renovación de licencias a conductores sin estatus legal, comenzamos a ver controles policiales a todas horas del día y de la noche. A veces se podían observar autobuses de DHS aparcados a un lado, esperando para llevar a personas a centros de detención por infracciones de tráfico, que ahora se trataban como delitos.
Muchas personas con años de residencia, trabajo, hogar e hijos se vieron abocadas a procedimientos de deportación sólo por tener la licencia de conducir vencida. En esa época también escribimos sobre cómo ICE aparecía en los complejos de apartamentos al amanecer y se llevaba a la gente que iba a trabajar.
Fue en esa época cuando aprendí que también era importante buscar y escribir sobre la gente que ayudaba. Contamos las historias de los grupos de Facebook que se crearon, las cadenas de mensajes de texto y las aplicaciones que localizaban los controles policiales en tiempo real: las redes improvisadas de desconocidos que se cuidaban unos a otros.
Nuestro periódico no sobrevivió a la crisis del mercado de 2009. Y ahora, casi dos décadas después, me he visto arrastrada de nuevo a los recuerdos de aquellos primeros días de mi carrera en estos últimos meses, mientras reportaba nuestra historia sobre El Refugio.
La conexión no es casual. Esas historias de mis viejos tiempos contienen una pista sobre cómo hemos llegado hasta aquí.
Hace unos años, tras la elección de un nuevo sheriff, el condado de Gwinnett finalmente puso fin a su acuerdo 287(g). El mismo condado que en su día fue líder nacional en detenciones de ICE fue el que dijo “basta”. Cobb, el primer condado en unirse al programa, también puso fin a su colaboración con ICE. Cuando esto sucedió, se percibió un suspiro de alivio colectivo entre las familias de migrantes.
Pero la tranquilidad no duró mucho. El año pasado, Georgia aprobó HB 1105, una ley estatal que exige a los sheriffs y a la policía local que cooperen con las autoridades federales de inmigración, verificando el estatus migratorio de cualquier persona detenida en una cárcel local.
Una casa de hospitalidad abierta y un centro de detención hermético
Estos eran mis pensamientos mientras me dirigía al suroeste de Georgia con mi colega, la periodista Shannon Heffernan de The Marshall Project, durante el fin de semana de Labor Day, que en Estados Unidos se celebra el primer lunes de septiembre.
Teníamos previsto pasar el fin de semana en El Refugio, una casa de hospitalidad única en su género, que atiende a familias y amigos de personas detenidas en Stewart. Este es uno de los centros de detención de inmigrantes más grandes del país. Está situado en un pequeño pueblo rural llamado Lumpkin, con menos de mil habitantes, sin tiendas de comestibles ni hoteles. Lumpkin está tan aislado en esta región agrícola que el viaje para hacer una visita de fin de semana resulta muy complicado para las familias visitantes.
El centro de detención Stewart abrió sus puertas en 2006, el año en que empecé a cubrir el caos de las leyes de inmigración en Georgia. En 2011, se convirtió en el centro de detención más grande y con el mayor número de detenidos del país. Había tanta gente detenida y tantas familias pasando por este pequeño pueblo que de ahí nació El Refugio. Los voluntarios se encargaban de preparar camas, cocinar y apoyar a las familias que visitaban Stewart. Los voluntarios también empezaron a visitar a las personas en el centro de detención y a conocer mejor las condiciones dentro de Stewart.
Quince años después, El Refugio sigue en pie. Y Stewart también. Esta institución ya no es el centro de detención de inmigrantes más grande del país. A pesar de que ha batido sus propios récords de ocupación, con más de dos mil detenidos en algunos momentos de este verano.
En todo el país, se han disparado las redadas migratorias, con reportes de casi 66 mil personas bajo custodia de ICE el mes pasado. Esta es la cifra más alta de detenciones migratorias en la historia de Estados Unidos. En nuestro podcast y en el artículo que escribí en colaboración con The Marshall Project, detallamos lo que presenciamos en El Refugio, lo que están viviendo las familias de los detenidos y cómo han cambiado las cosas durante el segundo mandato de Trump.
Una nueva ola de redadas migratorias
A principios de este año, en una de sus primeras medidas como presidente, Donald Trump firmó una orden ejecutiva que ordenaba al Departamento de Seguridad Nacional ampliar las asociaciones 287(g). Cientos de sheriffs de todo el país presentaron solicitudes. Las peticiones pasaron de 135 en enero de 2025 a 649 solo seis meses después. Según datos publicados por ICE en noviembre de 2025, Georgia cuenta ahora con 30 condados que participan en el programa 287(g). En 40 estados de todo el país, ya más de mil condados tienen acuerdos vigentes con las autoridades federales.
El fin de semana que pasé en El Refugio con mi colega de The Marshall Project estuvo repleto de entrevistas: 60 personas visitaron el lugar. Hablamos con casi todas ellas. Fue un diluvio incesante de historias difíciles de escuchar con cronologías similares: personas detenidas, las vidas de sus seres queridos cambiadas por completo y de forma repentina, todo ello en lugares muy cercanos a casa. Y no se trataba solo de latinos; personas de todo el mundo se vieron atrapadas en las redes de ICE.
Cuando la gente contaba historias sobre el arresto de sus familiares, yo podía visualizarlas. Conozco esos lugares. Crecí aquí. Esos lugares cotidianos, como aquella gasolinera en un barrio residencial rico a las afueras de Atlanta, donde una vez limpié casas con mi madre. Ese lugar se convirtió en el epicentro de un cambio traumático en la vida de una mujer que compartió la historia de cómo su marido fue detenido por ICE después de detenerse allí para llenar el tanque de gasolina.
Y su historia no es diferente de otras que recuerdo del 2006, cuando era una reportera muy joven y pensaba que las cosas no podían empeorar. Con el paso de los años, tras mudarme y empezar a reportar sobre temas de inmigración a nivel nacional, llegué a ver cambios, como el fin de la Ley 287(g) en mi lugar de origen, como señales de nuevas tendencias.
Luego, entré en El Refugio.
Casi todas las familias con las que hablamos para nuestro reportaje llevaban ya mucho tiempo en este país. Tenían trabajo, hogar, hijos, esperanzas y sueños construidos en esta nación. Algunas de ellas incluso estaban en proceso de regularizar su situación migratoria. Intentaban hacer las cosas “como es debido” y se encontraron en la boca del lobo.
En ese momento pensé: las cosas sí pueden empeorar.
Mientras escribía el guión del reportaje para la radio, me costó redactar el final. Sin duda, no es un final feliz. Entonces, ¿cuál es la conclusión? ¿Qué podemos sacar de todo esto? Yo no puedo decidirlo por nuestra audiencia. Lo que sí puedo decir es que he decidido centrarme en la esperanza.
El cambio sistémico es lento. Y a menudo oscila hacia adelante y hacia atrás según los caprichos del tiempo. Pero en cada etapa de mi carrera, incluso en los momentos más oscuros, he descubierto que siempre hay gente que intenta mejorar un poco las cosas para los demás. En El Refugio, lo vi en los voluntarios y en las familias que se apoyaban mutuamente.
Los ayudantes y los colaboradores siempre han estado ahí. También estaban ahí hace veinte años, enviando mensajes de texto, conduciendo en busca de controles de carretera, organizando alertas para salvar a otros de las garras de ICE. Luego visitaban a los detenidos y abrían un lugar como El Refugio.
A medida que las autoridades de inmigración continúan arremetiendo contra comunidades desprevenidas, hay más ayudantes que nunca respondiendo a este momento. Y ahí también es donde permanecerá mi trabajo.

